Ernesto, Giovanni y Joaquín nacieron en distintos momentos de la historia de Chile: Ernesto, antes de la Unidad Popular; Giovanni, durante la dictadura; y Joaquín, en la década de los 90. Pero entre camino y camino, llegaron a converger en una misma labor: los tres son los cuidadores del espacio de memorias Londres 38, ex centro de tortura y exterminio.
Trabajan solos, en turnos que casi siempre comienzan cuando asoma la noche y que terminan cuando entra el sol. Atraviesan la madrugada en un lugar donde deben velar que nada ocurra.
En este fotoreportaje acompañamos durante parte de su jornada a nuestros compañeros de trabajo, cuya labor, silenciosa, solitaria, y a veces desapercibida, es vital para sostener las memorias de esta casa y las luchas que entre sus paredes siguen sucediéndose.
Fotografías:: Melian Riffo | Texto: Palöma Grunert
JOAQUÍN ANDRADE
Joaquín, a sus 29 años, es el más joven de los cuidadores de Londres 38. Cursa Ingeniería en Administración y destina parte de sus horas nocturnas de trabajo para estudiar. Le gusta estar cerca de la puerta y de las ventanas, mirar hacia afuera, ser testigo de las voces en fiesta, del ruido y la música que, al estar el inmueble emplazado en un barrio bohemio, logra a ratos penetrar el silencio profundo de la casa. "Muchas veces, el memorial que está en la calle (placas con los nombres de las 98 personas desaparecidas y asesinadas que pasaron por el lugar) queda con latas de cerveza o con basura, y ahí aprovecho de limpiar y mirar que todo esté bien".
De las tantas anécdotas que ha vivido, evoca en particular aquellas en los tiempos de revuelta social, cuando Londres 38 funcionó como un punto de primeros auxilios y atención jurídica para las y los afectados por la represión del Estado. "La casa estaba llena de gente herida, grupos de salud y personas que desinteresadamente iban día a día a dejar insumos médicos, comida, ropa, y cualquier utensilio de los que se publicaban como necesidad urgente. Fue también en ese contexto que me tocó ver a Carabineros gaseando la entrada o el ataque incendiario que afectó una de las ventanas de la fachada de la casa. Pese a todo, había un aire maravilloso, aunque muy agotador. (...) Aun así nunca faltaron las sonrisas. Eso es lo que recuerdo: el compromiso y el reencuentro de muchas generaciones disconformes con el estado de las cosas, y la suerte de haber estado en ese espacio para colaborar y aportar cuidando la casa en esa primavera hermosa".
Para él, la labor de todas y todos quienes trabajan en Londres 38 como activistas de la memoria, debe estar en un constante auto-cuestionamiento, "nunca dar por realizada o alcanzada la tarea, porque la reparación y la verdad son un compromiso gigante y muy difícil de obtener, principalmente por el secretismo de los criminales y sus cómplices. Hay que insistir siempre, dando lo mejor de nosotros porque la verdad no existe en la medida de lo posible: es o no es".
ERNESTO MUÑOZ
Ernesto tiene 70 años, la cara pecosa y la sonrisa abierta. Cuando el inmueble de Londres 38 fue dejado por el Instituto O'higginiano en 2007, y pasó a manos del Estado, Ernesto entró a la casa por primera vez, como guardia de una empresa externa que prestaba servicios al ministerio de Bienes Nacionales. Comenta que en ese entonces el lugar estaba lleno de escombros, entre ellos cables y restos de lo que parecían ser camas metálicas; objetos que nunca relacionó con la historia del espacio, pues lo desconocía. "Recuerdo la primera noche en esa casa y los pasos sobre el piso reseco por los años de abandono".
En su rutina de cada noche, atraviesa los pasillos y habitaciones de la casa, asegurándose de apagar todas las luces antes de volver al primer piso, sentarse en el escritorio y encender el computador para aminorar el sueño de la madrugada con juegos, lecturas o películas. "A veces, después de ver películas, recorro a oscuras la casa para tratar de sentir algo, pero nada", dice, salvo una vez, en que escuchó la voz de una mujer haciéndole una pregunta. Y aunque agrega que no cree "en cosas así", igualmente dice sentirlas.
Ernesto trabaja como cuidador de este sitio de memorias desde 2017, al igual que sus dos colegas. En sus recuerdos, echa a correr los nombres de compañeras y compañeros de trabajo que ya emigraron del espacio, pero a quienes evoca con ternura. Le gusta pertenecer a Londres 38 y, a través del cariño que pone en su labor, estar siempre consciente de la historia que protege desde hace tantos años, incluso cuando aún la desconocía en sus primeros pasos por el lugar.
GIOVANNI MUÑOZ
Giovanni, de 42 años, es hijo de Ernesto. Durante el día, se dedica a sus negocios propios, a hacer deportes, y a compartir tiempo con su familia. Por las noches, cuando comienza su jornada laboral en Londres 38, lo primero que hace es recorrer la casa para revisar que puertas y ventanas estén bien cerradas, excepto las que dan al recibidor, donde se instala abriendo al menos una, con sus ojos alertas siempre a la calle y su entorno.
Aunque hay un espacio en el que dice sentir una energía distinta, y "a pesar de lo que piensan las personas que visitan Londres 38, y lo que se conversa con ellas con respecto a pasar la noche en esta casa, me gusta estar aquí y me siento cómodo sin ningún tipo de miedo o algo parecido", dice. "Es una casa con mucha historia, que no pasa desapercibida en la calle Londres. Para mí no es una casa cualquiera, sus historias son únicas, de un período triste y de dolor para quienes estuvieron detenidos aquí y también para sus familias".
Giovanni también rememora con especial nostalgia los meses de revuelta social, "Muchos heridos llegaban a Londres 38 buscando ayuda de las personas que conformaban parte del equipo de enfermería. Por lo que vivimos todos en Londres 38 ,y lo que significó ese período, es lo que más recuerdo".
Ese ir y venir de tantos y tantas, hallando en el espacio un lugar de contención y encuentro, se vive hoy también pero de otros modos, cuando la casa se abre pasada la tarde para lanzamientos de libros, inauguraciones de exposiciones, presentaciones artísticas o exhibiciones de películas. En esas ocasiones, a Giovanni le gusta participar apoyando a levantar las actividades y a ordenar el lugar una vez que terminan, siempre atento a quienes entran y a quienes salen. "Cuidar la casa es importante, y quizás los cuidadores seamos parte de la historia de la misma casa a lo largo del tiempo".